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INVITACIÓN

Al principio llegaron despacio, las personas con quien nos hemos conectado durante todo el año. Nuestros amigos que enfrentan adicciones y trauma. Estas personas que apreciamos, han estado luchando por subir la pendiente como de una montaña, y sanar de la explotación y abandono, cuando las esperanzas se deslizan como piedras debajo de sus pies. La subida es empinada y solitaria y les hemos estado acompañando a pasarles cuerdas y compartiendo la carga, esperando poder hacer algo.

Ellos llegaron y tomaron un asiento a la mesa y sonrieron mientras poníamos música navideña y sacábamos los juegos de mesa. Nuestros clientes en el Centro de Recursos El Faro son también nuestros amigos y vienen de toda clase…desde jóvenes, a ancianos, desde tener años en la calle, a ser recientes sin trabajo y esperanza. Fueron invitados a entrar, y todavía quedaba espacio para más personas.

Entonces, salimos para encontrar a los que no habían escuchado acerca de la fiesta, o los que pensaron que no habían sido invitados. Ellos también fueron bienvenidos. Para algunos, fue demasiado, ya que entraron y de inmediato salieron. Otros simplemente no llegaron, pero, otros sí. Uno vino en silla de ruedas, otros tomándole la mano a un amigo, y otro con muletas hasta que se llenaron las sillas y las mesas.

Hubo risas y gozo mientras la cumbia navideña sonaba en el ambiente, las risas y la celebración también hicieron eco, porque todos pertenecemos donde y cuando Jesús está presente. Jesús estaba ahí porque siempre lo hace. Nuestros corazones se llenaron de alegría al compartir el almuerzo y los regalos con todos los que tenían un asiento en la mesa. Nosotros sonreímos y nos alegramos ver a una de las mujeres que conocemos desde hace un tiempo, quien es ciega, participar con la ayuda de una amiga en uno de los juegos. Sonreímos con los bebes y jugamos con los niños “ponle la nariz a Rodolfo.”Recordamos que Jesús se regocijaba en hacer fiestas para los que no pueden encontrar una silla o un lugar en una mesa. 

Fue difícil detener las lágrimas, al notar las sonrisas en las caras de quienes nos rodeaban, irradiando esa conexión especial, el propósito del Evangelio y el recibir las buenas noticias de Jesucristo. Nada se compara con la invitación de aquel que nos invita a todos a venir, no importando como seamos, a sentarnos, a ser parte de su comunidad. Entonces, venimos en nuestra pobreza y ceguera, nuestra cojera y soledad, nuestra imperfección y nuestra necesidad. Venimos en nuestro pecado y vergüenza, Él está ahí sacando una silla para cada uno de nosotros.  Quizás no estamos obviamente quebrantados por fuera, pero todos estamos quebrantados y necesitamos una invitación y un lugar para pertenecer, para ser vistos, y ser amados. Qué privilegio, qué gozo, qué gracia para ser invitados nosotros mismos e invitar a otros a unirse con nosotros.

“Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues, aunque ellos no tienen con que recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos.”      – Lucas 14:13-14

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